EL MARTES

El libro se presentará a las 20 en el Centro Cultural Virla (25 de Mayo 265)

Este libro proviene de cafés y caminatas por las calles apretadas de la capital, y de la evocación permanente a lo que fue y ya no, pero se niega a perecer del todo porque permanece en el recuerdo. “San Miguel de Tucumán. Una memoria de la ciudad entrañable” reúne esas postales que abandonaron el paisaje evidente, mas perduran en el espíritu de quienes caminaron antes la urbe y, desde luego, la observaron abstraídos desde un café. El historiador Carlos Páez de la Torre (h) y el artista Sebastián Rosso, ambos periodistas de LA GACETA, se sumergieron en esa nostalgia y consiguieron “alargarle la vida”: el resultado es un tributo amoroso a la ciudad que habitan mediante la recreación de sus edificios, objetos, costumbres y personajes.

La obra publicada por LA GACETA con la participación de la Municipalidad de San Miguel de Tucumán abarca desde el comienzo del acontecimiento urbano hasta los años 60. Con calidad sobresaliente, despliega imágenes y textos por 400 páginas. Es un ensayo que captura las esencias de un pasado que resulta familiar con ayuda de tres fondos inagotables: el Archivo del diario; la cabeza y las fichas de Páez de la Torre (h), y la creatividad de Rosso. El producto de aquellas alquimias será presentado por la periodista Irene Benito este martes a las 20 en el Centro Cultural Virla.

CALLE CÉNTRICA. Década del 60, cuando reinaba la cartelería comercial

A simple vista no lo parece, pero es un libro que habla de amor, no de “cosas muertas”. Sentados en una mesa sobre la vereda de la calle San Martín al 600, cómo no, sus creadores explican que quisieron retratar la vida de la ciudad. “Es un magma de todo lo que a nosotros nos gusta”, coincide la dupla, que ya elaboró otras cinco obras editadas por LA GACETA.

A Páez de la Torre (h) y a Rosso les complace haberse dado lujos variados, como reflejar el ambiente del cabaret llamado “dancing” e incorporar imágenes de los vendedores ambulantes de antaño. Así, a partir de la página 210 aparecen un afilador con su aparejo; una vendedora con su burro cargado de mercancías; una vecina con canastos y un hombre con su oferta de plumeros. A continuación hace su “entrada triunfal” el “rey” de la venta callejera: Camilo Amún junto a sus hijos y su carro.

MESA DE VOTACIÓN. La imagen corresponde a la década del 20.

“¿Cuántas fotos espontáneas hay de gente mientras come en sus casas? Y, cuanto más se retrocede en el tiempo, más escasas son porque la fotografía, cuando llegó a Tucumán y durante las décadas subsiguientes, sólo produjo retratos. No se les ocurría registrar lo que ocurría en sus casas ni en la intimidad”, explica Páez de la Torre (h). Rosso agrega que tampoco hay demasiadas imágenes del interior de los bares y boliches, ni siquiera de los más frecuentados. “Restaurantes emblemáticos, que estuvieron siempre llenos, se esfumaron sin dejar rastros”, dice. El historiador menciona la carencia de registros de La Cosechera, reducto de la intelectualidad de la segunda mitad del siglo pasado.

Qué fue de las viudas

No sólo pasaron a retiro cafés que daban la sensación de que nunca cerraban, sino arquetipos humanos. Páez de la Torre (h) precisa uno: la viuda de “edad bíblica”, de pelo blanco y vestido negro, que se cansó de ver durante su infancia y adolescencia. “Las busco por la calle. Son esas mujeres que enterraban los colores junto con el marido y así vivían 100 años. ¿A dónde se fueron? ¡No están en ningún lugar!”, describe.

Figuras y contornos rescatados de ese tiempo no tan remoto pueblan “Una memoria de la ciudad entrañable”. Rosso recomienda sabotear el índice propuesto y recorrer el libro desde cualquier punto. “Hay que abrirlo al azar y sorprenderse”, dice.

Un libro no es capaz de contener una ciudad entera, mucho menos la ciudad a través de los siglos. Rosso y Páez de la Torre (h) se vieron obligados a “editar” y a acotar su objeto de manera de que los elementos incluidos hablaran sobre los descartados. “Las ciudades tienen infinitas ciudades adentro”, reflexiona Rosso. “Su característica es el cambio constante y cada vez más acelerado”, define Páez de la Torre (h).

AUTORES. Carlos Páez de la Torre (h) y Sebastián Rosso.

El espacio público pone de manifiesto, con su movimiento inclaudicable, que la ciudad respira y se asfixia, y que nunca se acaba ni nada en ella es definitivo, aunque así lo parezcan la estatua de La Libertad de Lola Mora o la Casa de Gobierno erigida donde antes moraba el Cabildo, otro edificio que lucía imprescriptible. Rosso comenta que en los últimos 50 años San Miguel de Tucumán presenció o puso en marcha un crecimiento sin programa que la afeó. “La modernidad nos encontró sin plata”, lamenta. La regularidad y el orden implícito que predominaban fueron víctimas de una explosión sin bombas convencionales, según Páez de la Torre (h). “Las cosas de antes tenían, en general, más calidad, sin perjuicio de que ciertas innovaciones actuales son positivas. Por alguna razón, San Miguel de Tucumán mira siempre para adelante: no está amarrada a su historia”, sostiene.

Esta ciudad posee una vibración particular: los coautores intentaron registrar el dinamismo de sus vías desbordadas, donde la tensión deviene un rasgo tangible. “San Miguel de Tucumán. Una memoria de la ciudad entrañable” propone justo lo contrario a la destrucción. “Yo quisiera que genere cariño hacia la ciudad que habitamos con todos sus defectos y miserias, y sus bellezas y aspectos estimulantes. Nadie cuida a Tucumán: la ciudad no es el enemigo, sino lo que contiene y acuna”, medita Páez de la Torre (h). El mensaje es que hay que conocer lo de uno para quererlo. Una idea conmovedora yace en el hecho de que por esta urbe circularon los seres humanos que comunicaron el misterio de la existencia y el deber ético de darle un sentido. “A mí me interesa contribuir a la conciencia histórica propia: no somos deudores de otros, sino de nosotros mismos”, expresa Rosso. Esos ciudadanos siempre pueden elaborar otro destino en la medida en que profesen amor por su lugar y tiempo, y reconozcan en ellos las huellas que configuran su identidad. Esta obra extiende esa invitación con visitas a instantes sublimes conservados de generación en generación, como ese 12 de julio de 1920 que nevó por única vez en San Miguel de Tucuman.